Anthony Fauci (Nueva York, 1940) -director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de EEUU y experto mundial en enfermedades contagiosas- se ha convertido en la cara de la lucha contra Covid-19 en EEUU y en todo el mundo. «Todos lo aman», dijo el presidente Trump en una conferencia de prensa en la Casa Blanca en abril. Lo quería a toda costa a su lado como fuerza de choque para luchar contra la propagación del virus. «Él es mi héroe personal», proclamó una radiante Julia Roberts durante un virtual cara a cara con Fauci. Brad Pitt lo imitó para Saturday Night Live, el ultraconocido programa de comedia transmitido el sábado por la noche. Un caballo de carreras de pura sangre llamado Fauci en su honor ocupó el segundo lugar en el debut en pista a principios de junio en el hipódromo de Belmont Park en el estado de Nueva York. Hay títeres con la cabeza oscilante de Fauci. Hay donuts con la imagen azucarada de Fauci; tazas de café grandes con Fauci (a menudo con las palabras «Lávese las manos» o «Confíe en Fauci»); camisetas de Fauci; mascarillas de Fauci... e incluso cirios en iglesias con la cara de Fauci impresa sobre la cera.
Creció en Brooklyn, Nueva York: sus padres eran hijos de inmigrantes italianos de Sciacca (Sicilia) y Campania, cuya capital es Nápoles. Los abuelos le hablaron en italiano hasta que el pequeño Anthony tenía cinco años. Sin embargo, una vez que comenzó la escuela, sólo usaban el inglés en la familia. El currículo del Dr. Fauci es impresionante: ha sido consultor de seis presidentes estadounidenses (desde Reagan hasta Trump), uno de los estrategas del Plan de Emergencia del Presidente para el Alivio del Sida -una iniciativa contra el VIH que ha salvado millones de vidas en todo el mundo- y ha estado a la vanguardia de enfermedades infecciosas como el VIH, el SARS, el ébola. Es marido y padre de tres hijas. Y ha recibido la Medalla Presidencial de la Libertad, un honor que supone la condecoración más alta en EEUU para la población civil.
Un pequeño detalle que explica su carácter: cuando sus hijas eran pequeñas y su horario de trabajo tan lleno de compromisos que no le permitían regresar a casa para la hora de la cena, la familia Fauci decidió cenar a las 21 horas, escandalosamente tarde para normas americanas. Pero es una elección que él y su esposa consideran necesaria para garantizar que la familia pueda estar junta en la mesa. Generalmente trabaja 15 horas al día y sale a correr durante el almuerzo. Al comienzo de la epidemia de Covid-19, dormía solo de 4 a 5 horas por noche (ahora intenta dormir más).
Hablamos por teléfono en una bochornosa tarde de Washington. Su personal rápidamente pasa la llamada. Sus primeras palabras «¿Cómo estás?».
-.Estoy bien, gracias.
-.¿Podrías esperar un momento? Será sólo un segundo, lo siento. Pero no te colgaré, te lo prometo.
Un hombre de una franqueza encantadora que desarma.
- ¿La educación que recibió en escuelas jesuitas marcó su vida?
- Sí, de una manera realmente profunda. Asistí a una escuela secundaria católica jesuita en Manhattan en la década de los 50 y luego fui al Colegio de la Santa Cruz en Worcester, Massachusetts, otra escuela jesuita, así que durante ocho años tuve una educación jesuita. Y, como digo a menudo, mi educación y mis padres, ambos, siempre estuvieron orientados al servicio de los demás. Y, como saben, ese es el lema de muchas de las escuelas jesuitas: estar al servicio de los demás. Fui a la universidad y, aunque estaba inscrito en premedicina, tenía un plan de estudio muy inusual. Se llamaba «AB, griego, Premed» y consistía en estudios clásicos, griego, latín, francés y muchos cursos de filosofía, psicología filosófica, epistemología, metafísica, lógica, ética y cosas así.
- ¿Y entonces?
- Me convertí en médico, pero siempre me interesaron temas más amplios y globales. Es por eso que decidí estudiar enfermedades infecciosas y también por lo que me involucré en la salud pública, quería seguir cultivando mi enfoque humanista mientras hacía contribuciones científicas. Con los años, esta fortaleza me ha llevado a donde estoy ahora. La educación jesuita ciertamente tuvo mucho que ver con este enfoque. Te enseñan rigor intelectual, la precisión del pensamiento. Te enseñan la economía de la expresión. Todas las cosas que se vuelven muy importantes, que me han ayudado a lo largo de mi carrera.
- Cuando tomaba el tren de Brooklyn a Regis High School en Manhattan, ¿alguna vez sintió que si trabajaba duro, estaría destinado a algo excepcional?
- Fue el desafío del entorno intelectual lo que me atrajo. El resto, incluso el camino físico, fue más una situación en la que me encontraba. Tardaba una hora en llegar a la escuela. Practiqué deportes durante mis años de secundaria. Era el capitán del equipo de baloncesto. Tomaba un autobús y cuatro trenes subterráneos para ir de Brooklyn a la escuela, en la intersección de 85th Street y Madison Avenue en Manhattan. Nos quedamos en la escuela hasta las 15 horas y después había entrenamiento de baloncesto hasta las 18, 18.30, 19... Llegábamos a casa sobre las 20 y teníamos que estudiar unas tres horas cada noche. Terminaba a las 23 horas y luego directo a la cama para levantarme a las cinco de la mañana (risas) y volver a la escuela. Eso te enseña mucha disciplina.
- Le han ofrecido ser director del Instituto Nacional de Salud (NIH) más de una vez. El presidente George W. Bush, en particular, lo hizo durante una reunión en el despacho oval. Y dijo que no porque quería continuar dirigiendo el Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas. ¿Siempre ha seguido sus instintos?
- He tenido la suerte de tener oportunidades extraordinarias. Afortunadamente tomé las decisiones correctas. Cuando los jóvenes me piden consejos sobre sus carreras y quieren saber cómo modelé la mía, a menudo digo que antes de nada debes estar preparado. Y que cuando surgen oportunidades, incluso si parecen inusuales, deben considerarse con cuidado. Cuando yo lo hice, cambié la dirección de mi carrera, que hasta entonces había sido de mucho éxito. Me sumergí profundamente en el estudio del VIH y eso se ha convertido en la marca de mi carrera, la que me llevó a ser el director del NIAID, la posición que ostento hoy, y a estar en el ojo del huracán de la pandemia de Covid-19.
- Usted llamó a la crisis del VIH sus "días más oscuros". Vio morir a mucha gente. En los años 80, la esperanza de vida de una persona enferma era de 1-2 años. Ahora, gracias a las terapias desarrolladas por usted y su equipo, el sida se ha convertido en una enfermedad manejable. ¿Cómo le preparó eso para el papel que desempeña ahora?
- Para responder a un ataque contra la salud de tu nación, y del mundo, primero debes comprender que hay que responder rápidamente. El trabajo que hice con el VIH fue una preparación fenomenal para el desafío de otra enfermedad mortal. Aprendes muchas lecciones basadas en que tienes que colaborar con diferentes elementos de la sociedad. Necesitas involucrarla. Tienes que aplicar la mejor ciencia posible. Hay que mantener alejadas las consideraciones políticas y tomar decisiones basadas únicamente en la salud pública de la nación y el mundo.
- Como científico, ¿le asusta la enormidad y la naturaleza confusa de esta enfermedad?
- No, no diría que susto sea la palabra correcta. Como científico, me desconcierta. Es difícil transmitir el mensaje correcto. Lo que quiero decir es que las cosas no me asustan. Mi trabajo es estudiar enfermedades infecciosas. Es la vida que he elegido y no niego mi elección. Lo hice con el ébola, con el VIH... con todo lo que enfrenté. Pero es desconcertante lo difícil que es en este caso comunicar el mensaje, precisamente por la naturaleza de esta infección en particular.
- Algunos de los mejores científicos italianos en Milán, Bari, Roma y Nápoles, estudiaron en su laboratorio durante sus años de formación. En marzo, cuando la situación en Italia fue muy dramática, ¿siguió los números italianos y la situación en el país?
- Percibí bien la seriedad de la situación en Italia. El sistema sanitario, en algunos lugares, ha sido severamente puesto a prueba, especialmente donde las personas que necesitaban ventiladores no podían tenerlos. Esto fue realmente desalentador para los médicos, enfermeras y profesionales de la salud. El norte de Italia ha sufrido terriblemente y es comparable a lo que ha sucedido en el área metropolitana de Nueva York. Ahora en EEUU van 130.000 fallecidos, más que en cualquier otro lugar del mundo.
- Hace años, una amiga le aconsejó que tratara cada visita a la Casa Blanca como si fuera la última.
- Correcto.
- ¿Este enfoque le permite mantener la independencia de la presión política?
- Sí, lo hace. Si no te afecta si te piden o no que regreses, proporcionarás de forma honesta información que sea científicamente correcta. Si le dices a la gente las cosas que quieren escuchar con el propósito de ser convocados a la Casa Blanca, perderán el respeto por ti. He elegido seguir diciendo la verdad y sólo la verdad. Todo basado en evidencia y datos científicos. Si esto decepciona y enfada a alguien, incluso al presidente, entonces tienes que decir «bueno, así son las cosas». Tengo que mantener mi integridad diciendo la verdad y sólo la verdad. Y por suerte para mí, ha funcionado muy bien porque he sido convocado a la Casa Blanca por seis presidentes diferentes para aconsejarles en temas de salud.
- Según Ernest Hemingway, el coraje es "gracia bajo presión". ¿Qué actos de coraje ha presenciado durante su vida?
- Creo que se trata de los pacientes que he visto que sufren enfermedades difíciles. Las primeras personas que se enfrentaron al VIH y al sida, las que ahora tienen coronavirus. Y luego los trabajadores de la salud que arriesgan sus vidas para cuidar a las personas, ya sea con Ébola o en los primeros años del VIH, incluido yo, o con pacientes de Covid. Creo que todos estos son personas realmente valientes.
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